martes, 25 de noviembre de 2014

Inspiración




- Joder, estoy seco. Estoy acabado.

Horas y horas infructuosamente sentado ante aquella hoja en blanco. Horas febriles y angustiosas. Largos paseos. Tabaco. Demasiado. Alcohol. Hasta el límite de su castigado hígado.
El teléfono arrancado de cuajo. Las cartas que se acumulan bajo la puerta. Su editor desesperado, su casero desesperado. Sin dinero, sin ideas.
Su cabeza vacía de palabras pero llena de ruido y de furia. En pleno delirio cae al suelo inconsciente.
La mañana le encuentra bañado en su sudor y vómito. Cree volverse loco cuando ve a su pequeño gato muerto, las cuencas vacías de sus ojos, mudo reproche. No recuerda nada. Menos aún los cincuenta folios apilados escrupulosamente junto a su máquina de escribir. Están escritos y lo que en ellos lee le dejan fascinado. No sabe cómo ni cuando ha ideado una historia tan buena y menos todavía cuándo la ha escrito.
Por la noche intenta continuarla. Nada. Ni una palabra, ni una idea. Más tabaco. Más alcohol hasta el límite de su consciencia.
Amanece en el Parque del Buen Retiro, envuelto en sudor, vómito y sangre. Pero no está herido. Al volver a casa, despojo humano, son ya doscientas las hojas escritas, apiladas escrupulosamente junto a su vieja Olivetti. Y es bueno lo que lee. Jodidamente bueno.
Algo en su interior le dice que el horrendo crimen que se cometió anoche en Madrid, tiene algo de familiar para él. La víctima sin ojos, el rictus asombrado.
Pero no recuerda nada. No recuerda de donde está saliendo la novela que día a día crece en su mesa. Solo que cada noche intenta continuarla y no puede. Y fuma y bebe hasta caer en un estado que le acerca a algo parecido a la muerte.
Cada mañana, la novela se va gestando, y los muertos aumentan, sin ojos, sin alma. Y el libro es una obra maestra. Enloquece de gusto el editor, y el casero y el de la bodega que le fiaba el vino barato. Y mientras agradece en la gala de entrega del premio P el honor que se le dispensaba se fija en que nadie en la sala tiene ojos. Solo le miran rostros ciegos y asombrados.






7 comentarios:

  1. Entonces sólo él puede ver la obra!!!!!! Buenísimo cuento de terror, Fer. Me encanta. Y el lenguaje...ese "jodidamente" en Madrid es obligado. Es brutaaaaaalllll!!!! Pata negra, recuerda. Un besote

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  2. Al principio me recordó a Jack Torrance, el terrible Jack, después me recordó vagamente a Belcariana, una mujer que escribía y se cumplía al pie de la la letra todo lo que derramaba en el papel, un personaje de uno de mis cuentos.
    Me gustó el clima que creaste en torno al escritor y su desenlace.

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  3. Muchas gracias, Ana y Alejandra. Si, ciertamente tiene algo de la locura del bueno de Torrance y un pequeño guiño al "informe sobre ciegos" del gran Sábato.

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  4. Vaya como redacta nuestro casco oscuro. La fuerza no solo sirve para el combate, también te hace escribir como los grandes maestros. Me gustó mucho como contaste la historia. Las frases cortas con las palabras precisas.

    Muy bueno Fernando.

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  5. Muy bueno, Fernando. Un relato intenso que atrapa cada vez más a medida que avanza.
    Excelentes las imágenes que lograste.

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  6. Muchas gracias, Santiago y Federico. Viniendo de dos maestros de la Hammer es todo un honor y un orgullo. Abrazos

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  7. Eso sí que es venderle el alma al diablo por una novela de éxito. Absolutamente genial!!

    Un abrazo.

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